Mucho más que una partida de nostalgia
¿Quién diría que Pikachu, Charmander y compañía se convertirían en los entrenadores personales de las inteligencias artificiales del futuro? Pues así es. En vez de probar la IA con ecuaciones o tareas repetitivas, ahora hay una nueva forma de saber si de verdad es inteligente: ponerla a jugar Pokémon. Y no hablamos de verla disfrutar del juego, sino de dominarlo, resolverlo, aprenderlo y volverse toda una campeona del mundo Pokémon… sin ayuda humana.
Este método no es un simple capricho geek. Los videojuegos clásicos, como Pokémon Red o Blue, ofrecen entornos complejos y llenos de variables, lo que los convierte en terrenos perfectos para ver si una IA realmente sabe adaptarse, pensar estratégicamente y tomar decisiones con consecuencias. Cada combate es un examen, cada objeto mal usado un error, y cada ruta mal tomada una oportunidad de aprender.
¿Por qué Pokémon y no ajedrez o sudoku?
Los juegos como el ajedrez o el sudoku son extremadamente lógicos y estructurados. Perfectos para medir precisión matemática, pero no tanto para ver cómo una IA reacciona ante imprevistos. Pokémon, en cambio, es un universo abierto. Hay batallas, diálogos, objetos ocultos, rutas opcionales, trampas, combinaciones de tipos, efectos de estado y decisiones que afectan todo el desarrollo del juego. O sea, es una jungla.
Además, el juego requiere memoria a largo plazo. La IA no solo tiene que aprender qué ataques usar o qué pokémon elegir. También tiene que saber cuándo visitar un centro Pokémon, cómo administrar pociones y revivir, y qué hacer si se queda sin PP en mitad de una cueva perdida. Es como ponerla en un escape room con ratones eléctricos y música 8 bits.
Aprender a prueba de errores
Lo más loco es que la IA empieza sin saber nada. Cero. No conoce los botones, las reglas ni los objetivos. Se enfrenta al juego como un bebé enfrentándose a una calculadora. Y poco a poco, a base de prueba y error, empieza a construir su conocimiento. Al principio camina sin rumbo, pierde batallas con Rattatas nivel 2 y malgasta pociones en combates tontos. Pero luego mejora.
Empieza a identificar patrones: que los ataques tipo agua vencen al fuego, que es mejor dormir al rival que paralizarlo, que hay objetos escondidos en la hierba alta. No lo hace porque alguien se lo enseñe, sino porque lo aprende observando y jugando, como lo haría una persona. Y ahí es donde el experimento se vuelve interesante: no se trata de que la IA sea rápida o precisa, sino de que piense.
IA gamer con maestría en estrategia
Después de unas cuantas horas —o miles de partidas automáticas—, la IA puede llegar a terminar el juego completo. Derrota al Alto Mando, colecciona medallas, vence a su rival y salva al mundo Pokémon del Team Rocket. Pero lo más importante no es eso. Lo importante es que entendió cómo hacerlo sin que nadie la programara para ello. Aprendió, y lo aplicó. Eso es inteligencia real.
Además, hay un factor clave: la adaptabilidad. Si cambias el orden de los gimnasios, si le das otro starter, si usas un hack ROM con pokémon diferentes, la IA no se queda bloqueada. Aprende de nuevo, adapta sus estrategias, y sigue avanzando. Eso demuestra que no solo está memorizando pasos, sino interpretando información en tiempo real. Y eso, brodi, es un nivel de inteligencia muy por encima de lo normal.
El futuro se entrena con pokébolas
Esta técnica podría ser la base de futuras pruebas para IA más complejas. Usar videojuegos clásicos como laboratorios virtuales permite evaluar cómo la inteligencia artificial toma decisiones en mundos imperfectos y llenos de caos, justo como el mundo real. Si tu IA puede lidiar con un Zubat en una cueva sin luz, tal vez esté lista para enfrentarse a tareas reales en el mundo humano.